jueves, 3 de diciembre de 2015

Fotografías compartidas en el mes de noviembre.

El Caserío. Paisajes


Entrenando. Paisajes


El pueblo iluminado. Paisajes


Atardecer. Paisajes


Soledad. Paisajes


Buscando otras aguas. Paisajes

El único color que deberían tener las banderas,es el de la luz que las ilumina. Urbana-Rural


Dos puntos. Urbana-Rural

La puerta. Urbana-Rural


Adoración de los Reyes Magos. Claustro de la Catedral de Burgos. Urbana-Rural


El Dulzainero. Retrato

A por la comida. Macros


Esporas. Macros


Amaestrada. Macros


Frente a frente. Macros


Toda para mi. Macros


Opilion. Macros

miércoles, 18 de noviembre de 2015

MANTIS RELIGIOSA


La mantis, que suele ser verde o parda y se camufla muy bien entre las plantas de su hábitat, embosca o acecha pacientemente a sus presas. Usan sus patas delanteras para atrapar a su víctima con unos reflejos tan vertiginosos que resulta difícil verlo a simple vista. Además, las patas presentan púas con las que atrapan e inmovilizan a la presa.


La mantis, que suele ser verde o parda y se camufla muy bien entre las plantas de su hábitat, embosca o acecha pacientemente a sus presas. Usan sus patas delanteras para atrapar a su víctima con unos reflejos tan vertiginosos que resulta difícil verlo a simple vista. Además, las patas presentan púas con las que atrapan e inmovilizan a la presa.


A pesar de su nombre, estos fascinantes insectos son unos fantásticos depredadores. Su cabeza triangular se alza en lo alto de un estirado cuello, que de hecho es un tórax alargado. Los mántidos pueden girar la cabeza 180 grados para escudriñar los alrededores con sus dos grandes ojos compuestos y tres simples situados entre ellos.


Muy a su pesar, polillas, grillos, saltamontes, moscas y otros insectos suelen despertar el nada deseado interés de la mantis. Por otra parte, estos animales también se comen a los de su propia especie. El ejemplo más famoso de ello es la infame conducta amatoria de la hembra adulta, que en ocasiones se come a su pareja justo después del apareamiento, e incluso durante. A pesar de ello, los machos no rehuyen la oportunidad de reproducirse.


Periódicamente, las hembras ponen cientos de huevos en una pequeña bolsa, de la que las larvas emergerán con un aspecto muy similar al de sus progenitores a escala diminuta.


lunes, 2 de noviembre de 2015

Fotografías compartidas en el mes de octubre.

La poza. Paisajes

Mi comarca. Paisajes

De paseo. Paisaje

La luz que nos guía. Creativas


El chiringuito. Urbana-Rural

Abandonada. Macros

A la espera. Macros

La hembra. Macros

A volar. Macros

Chinche verde. Macros

Cara a cara. Macros

Al detalle. Macros

Hidrófuga. Macros

A las ricas castañas. Flora y Fauna

Trío o quinteto. Flora y Fauna

Impotencia. Deportes

El regate. Deportes

GOOOOLLL Deportes

Sigue remando, que pican. Deportes

viernes, 9 de octubre de 2015

De nuevo... LA VIDA.

Hace unas semanas, en un paseo “montañero” por la Sierra de Aralar, pude observar el acto más elemental y esencial de un ser vivo: Su nacimiento.
Era un potrillo y ver algo tan básico y común para la supervivencia de las especies llego a parecerme asombroso. Nunca lo había visto en vivo y en directo y ese día me tocó. Ahí estaba yo, en un paraje tan espectacular con esas colinas verdes llenas de pastos, a mil doscientos metros de altura en la Sierra de Aralar. Yo, un grupo de yeguas en estado semi-salvaje, una decena de buitres leonados apostados en unas rocas cercanas, que esperaban pacientemente poderse dar un festín en caso de que la situación se torciese y el viento, un viento que te recuerda que un lugar con tanta belleza puede convertirse en algo muy duro si la Naturaleza se lo propone.
Sentado a escasos tres metros de la yegua observé, ella con recelo quería alejarse de mí, pero el cansancio y la llegada inminente de su potrillo la obligaron a confiarse. Fueron cuarenta y cinco minutos de lucha de la madre y del potrillo, de espera para las otras yeguas y sus potros que no dejaban de observarnos, sabiendo lo que iba a acontecer. Cuarenta y cinco minutos en los que me sentí “primitivo”, natural, sin contaminar con tanto avance tecnológico y tanta evolución técnica. Estaba formando parte de una escena que se ha venido repitiendo desde el origen de la vida y me di cuenta de que la estaba destrozando, de que no encajaba, de que parecía un astronauta en el Pleistoceno. Una cosa es lo que se siente y otra lo que se es. Me miré y vi mi sofisticada cámara fotográfica, mi GPS enganchado a la hombrera de la mochila, el reloj suizo en la muñeca izquierda y la pulsera de actividad indicándome mis constantes, en la muñeca derecha. Me miré y vi mi ropa técnica y mi bastón nórdico de aleación de aluminio de última generación. Me miré, me levanté y me fui.

Al menos durante cuarenta y cinco minutos me sentí “libre”.